viernes, 8 de marzo de 2013



Mulata

Ay, mulata, si tu olvido
recobra el conocimiento,
dile que mi sentimiento
no pierde su buen sentido.

Quiero decir que, en mi ser,
estás como el primer día,
cuando dijiste ser mía
y te entregué mi querer.

Mulata, sí, deben ser 
los climas de tu cintura
que emborracha mi locura
y urgen a mi padecer.

Ese mohín tan coqueto
que surgía ante mis requiebros,
te juro que lo celebro
y en su recuerdo me inquieto.

Luego, surge el frenesí
de retrotraer tu abrazo,
y, en tu singular regazo,
sembrar mi pasión por ti.

Mulata, juro que si 
me recuerdas todavía,
he de recobrar el día
para que vengas a mí.

He de sacar melodías
del fondo de los turpiales,
y con cantos ancestrales
entramaré mi poesía.

A fin de que tu retorno
se amalgame con mi espera,
dejaré entre tus caderas
mi tacto y por su contorno.

En fin , mulata, si tú
te decides a venir
te entregaré el porvenir,
mi amor y mi negritud.


Entrar a la poesía de José Sosa Castillo es entrar a un mundo de poesía coral de profundas resonancias, de tambores, de música cuyos ritmos contagiosos y sonoros imprimen al contenido de las palabras no solo la cadencia y el vigor sino el sentido de lo trascendente y lo mágico.
Aminta Buenaño

José Sosa Castillo

Poeta ecuatoriano. Nació en Portete, provincia de Esmeraldas, el 15 de Noviembre de 1946, Licenciado en Literatura y Castellano, y Diplomado en Docencia Universitaria. Profesor de Educación Media y Superior. Ex Presidente de la Casa de la Cultura Núcleo de Esmeraldas. Ha publicado varios libros de poemas. Ha obtenido  Premios, Menciones y condecoraciones por su obra literaria. Ha participado en Encuentros y Festivales Nacionales e Internacionales de Poesía efectuados en Ecuador, Perú, Chile, Argentina, México y Nicaragua.


Mi cuarto, su pupila y el recuerdo.






Y esa ventana me estará esperando.
Seguro que me aguarda.
La conozco,
la llevo,
la recuerdo,
extrañamente al fondo de las tardes.

Esa ventana gris,
ventana triste,extática pupila,
cielo abierto,
pedazo sorprendido de silencio,
rectángulo de paz,
herida cierta.

Ventana gris y gris melancolía,
ojo de luz de mi inestable cuarto.
Allí mis libros,
mi temor, mi ausencia.
Allí mi corazón,
allí mis manos,
allí mi soledad.

Cuántas noches de insomnio amontonadas,
cuántos febriles días y su firmeza
de pájaros errantes,
qué morir en las tardes. Sobre todo
qué rara enfermedad de la distancia.

Qué necedad de amar,
ventana, hermana,
dejar que nos caminen alma adentro
esos raros silencios espectrales
con pálidos colores como lágrimas,
y un hondo despedir a no sé quién,
que nunca fue,
que nunca tuvo nombre,
que, francamente,
ya nunca lo será.