
Desde que tú llegaste a prolongarme
y a prolongar los pasos
de abuelos que a su tiempo proyectaron
la sangre y los desvelos
de añosos, sempiternos bisabuelos.
Desde entonces ensayo nuevos cantos
y me siento más padre, más hermano,
mucho más decidido
a cumplir sin ambages mi destino.
Así me has encontrado en la vigilia,
en el alba infantil de tu alegría,
a orillas de tus lágrimas de niño,
secando tu protesta con cuidados,
meciendo tu sonrisa con cariño,
arrullando tu luz en crecimiento,
velando la dulzura de tu sueño,
celebrando tu firme advenimiento,
luchando por tu vida con empeño.
Hijo mío!
Vocablos masculinos con que anuncio
mi legítimo orgullo ante el concierto
de los fonemas limpios de tu nombre.
Hijo mío!
Clara señal que dice que no en vano
voy plantando poemas por la vida,
y sembrando el amor para que vibren
alas de la emoción entre tus labios.
Acércate, hijo mío, y recorramos
el trayecto del hombre y de su asombro
ante las maravillas de la vida,
ante lo verde intenso, ante lo hermoso
de la naturaleza estremecida
por las sencillas voces escondidas
en los pliegues de luz que se derraman
desde los manantiales del verano,
desde la lluvia fresca y generosa
que riega tu sonrisa de nueve años.
Junio 8 de 1994